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15 de junio de 2025

Mi experiencia como padre: creciendo con cuidado cariñoso y sensible

Por: Paul Lúcich, miembro de Copera Infancia

Ser padre ha sido el viaje más transformador de mi vida. Desde el primer instante en que tuve a mi hijo en brazos, supe que no bastaba con proveerle lo básico. Comprendí, incluso antes de que pudiera hablar, que él ya se comunicaba, que necesitaba ser escuchado, sostenido, mirado con atención y amor. Descubrí que el cuidado cariñoso y sensible no es un lujo, sino una necesidad fundamental para su desarrollo integral.

El cuidado cariñoso y sensible, como lo define el Marco para el Desarrollo en la Primera Infancia de la OMS y UNICEF, consiste en crear un entorno estable y afectuoso, que responda oportunamente a las necesidades del niño, lo proteja de amenazas, le brinde nutrición adecuada y oportunidades para aprender desde los primeros días de vida. En mi experiencia, esto se traduce en estar presente, emocionalmente disponible, y sintonizado con las señales —a veces sutiles— que mi hijo expresa.

Uno de los aprendizajes más valiosos ha sido que criar no es una tarea individual. La corresponsabilidad con mi pareja ha sido clave. Compartir los cuidados, los desvelos y también las pequeñas alegrías cotidianas ha fortalecido nuestro vínculo como familia. Nos hemos organizado para turnarnos durante las noches, para que ambos podamos descansar, y también para que mi hijo reconozca en ambos figuras de afecto y confianza. Como señala el BID, criar en equipo tiene beneficios directos en el bienestar de la madre, del padre y, sobre todo, del niño.

No todo ha sido perfecto. He cometido errores: momentos de impaciencia, de no interpretar bien lo que mi hijo necesitaba; pero también he aprendido que ser sensible no es ser infalible, sino estar dispuesto a observar, a corregir, a pedir perdón y a intentar de nuevo. 

Cada abrazo, cada juego, cada interacción ha sido una inversión en su desarrollo emocional y en nuestra relación.

La paternidad ha despertado en mí habilidades que antes no sabía que tenía. El cerebro de un papá, como bien lo explica el BID, se adapta y cambia, desarrollando nuevas conexiones neuronales que permiten una mayor empatía, atención y capacidad de cuidar. Siento que ser padre me ha hecho más humano, más consciente, más comprometido con el futuro de mi hijo y de los demás niños.

Hoy, cuando mi hijo corre hacia mí con una sonrisa y me llama por mi nombre, confirmo que el vínculo que hemos construido no solo lo ayuda a él a crecer, sino que también me transforma a mí. Criar con cuidado cariñoso y sensible no es una receta única, sino una actitud permanente de escucha, respeto y amor.

Porque cada niño merece un comienzo lleno de ternura, y cada padre merece descubrir que el amor, cuando es atento y presente, tiene el poder de transformar vidas.

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